Charlando Con La Lluvia




Era uno de esos días nublados en los que la amenaza de una lluvia fuerte era latente, saliendo de la reunión de mi iglesia con mi guitarra al hombro empecé a visualizar como haría para llegar a casa, en ese entonces solo tenía 19 años y mi hogar quedaba muy retirado. De momento vi a un hermano el cual sabía que avanzaba cierto tramo en la ruta hacia mi casa y me dirigí hacia a él.

–¿Mi hermano podría darme aventón?
–¿Hacia dónde se dirige? –me dijo mientras habría su auto.
–Voy hacia tal lugar, pero si le queda en la ruta y me puede dejar en un punto estratégico se lo agradeceré mucho.
–Súbale pues –mientras cerraba la puerta.

Corrí con mi guitarra y me subí en la paila trasera de su automóvil, ya mientras iba en el camino oraba en mi mente pidiendo a Dios que no lloviese pues de ser así mi guitarra se mojaría.
Llegando al punto más factible en la ruta de mi hermano y amigo me bajé del auto y él me pregunto: –¿aquí le queda bien?
–Sí, claro, –le dije– siendo esta una mentira, pues tenía vergüenza de decirle que tenía que caminar todo un cerro para llegar a mi casa.

Una vez se despidió de mí empecé a caminar hacia aquel cerro, me esperaban mínimo 20 minutos cuesta arriba a paso rápido, sim embargo esa no era mi preocupación, en incontables veces había subido dicho cerro durante el día y no me afectaba en lo mínimo, pero esa ocasión era especial, pues eran altas horas de la noche y andaba con mi guitarra al hombro transitando una zona la cual tenía fama de ser peligrosa.
Subo dicho cerro con todo esfuerzo y paso veloz. Mientras caminaba se me empezaron a cruzar una serie de recuerdos a causa de algunas calles que decidí tomar como atajo o por ser las más alumbradas.

Era tan solo un niño de alrededor de unos 8 años, mi mamá nos llevaba junto a mi hermano menor hacia un lugar desconocido en ese entonces para nosotros, eran esas mismas calles. Mientras íbamos los tres de camino un joven amigo de mi madre se nos acercó a saludar, viéndonos a mi hermano y a mí nos dió la mano como camaradas y dirigiéndose a mi hermano menor sacó un juguete curioso (un boxeador afroamericano, lo recuerdo bien), al mostrárselo a mi hermano menor este empezó a llorar, no le simpatizó para nada aquel juguete, como todo hermano mayor le pedí por favor retirara ese juguete de su vista si no se las vería conmigo (han pasado muchos años y no saco de mi cabeza ese boxeador, jaja, y pensándolo bien no era tan feo el juguete). Después de despedirse de nosotros proseguimos el camino, llegamos a casa de unos familiares a quienes no conocíamos, estuvimos allí casi todo un día, y entre platicas que logré escuchar alcancé a comprender que las cosas en mi casa no estaban muy bien. Los pleitos entre mis padres los días pasados habían impulsado a mi mamá a no estar en la casa durante todo ese día. Y es claro, días antes los había visto entre gritos, golpes de mi mamá (a ella si le gustaba el boxeo al parecer) y palabras hirientes de mi papá, esa situación en la que todos los que hemos sido hijos quisiéramos no haber estado presentes.

Ya estando a punto de llegar a la colonia donde vivía las primeras gotas de lluvia me empezaron a golpear. Aun estando muy cansado por la travesía del día saqué impulso interior para acelerar más el paso, la integridad de mi guitarra estaba en juego así que tenía que lograr llegar a casa antes que la lluvia me abrazase. Avancé mucho, pero la lluvia era más rápida, la tormenta se desató con todo furor y solo me quedó refugiarme en la esquina de un estacionamiento la cual podría cubrir al menos mi guitarra, lo irónico es que estaba a tan solo pocas calles de mi casa.
Mientras estaba muy a una esquina protegiendo mi guitarra y con mi ropa empapada solo observaba todos los restos de basura y desperdicios que el agua arrastraba en sus grandes corrientes. En un instante alce mi mirada a una calle en especial, esa calle que dirigía a una casa la cual también era una casa especial, era la casa donde vivía ella, la chica que fue mi primer amor en la adolescencia, mientras observaba la calle me preguntaba si aún vivía allí, pues a pesar de no vivir tan lejos no la veía desde hace muchos años (y en ese instante los recuerdos empezaron a inundar mi mente igual que las aguas lluvias inundaba a las cunetas).
La vez que la conocí en ese autobús, la primera vez que besé su mejilla, la primera vez en tomar su mano y el día en que estableció una relación de noviazgo con otro rompiéndome de esa forma el corazón. Todos los recuerdos desfilaron uno a uno y mientras cesaba la lluvia los recuerdos llegaban a su estación final. Le sonreí al cielo al ver que había dejado de lanzar sus gotas de lluvia y medité en mi corazón:
 “Todas esas etapas fueron de mucho aprendizaje, y algunas de ellas no solo fueron de risa sino también de dolor. Pero aquí estoy, viendo el horizonte de mi vida luchando por mis sueños lo cual me hace feliz, no pretendiendo que lo he alcanzado todo, pero prosiguiendo hacia adelante sin dar un paso atrás. Aprendí que esas heridas propias del ayer se han convertido en sanidad para otros hoy. ¿Quién dijo que sería fácil?, nadie; pero en verdad que cada día es toda una aventura que vale la pena experimentar, pues mayores son las cosas buenas que las cosas malas en el diario vivir.”

Al terminar la lluvia emprendí camino de nuevo, acelerar el paso pues el descanso momentáneo me permitió recuperar energías. Pronto llegué a casa y allí estaba mi madre esperándome (preocupada pues en ese tiempo nadie tenía celular) y al verme empapado me dió una toalla y como si aún fuera un niño me pidió que me mudara de ropa pronto para no enfermarme, mi papá me salió al encuentro y al verme bien empapado saco un chiste de mi húmeda condición.  –apresúrate a cambiarte hijo y tómate una buena taza de café –me dijo mientras me restregaba la toalla en mi cabeza.
Saqué mi guitarra y vi que estaba seca, eso me hizo sentir gran alivio, me dirigí a la mesa donde mi mamá ya me tenía la cena servida caliente y exquisita, tal y como solo una madre la puede preparar. Mi hermano menor estaba haciendo sus tareas y volteando su mirada hacia mí me preguntó
–¿Te mojaste mucho?
–La verdad que si –le dije con una sonrisa–, pero es que tenía ganas de charlar con la lluvia y hoy era la noche perfecta.
–estás loco –me contestó mientras volteaba su mirada hacia su cuaderno para continuar su tarea.
Esa noche fue uno de esos días lluviosos en que las gotas de lluvia no solo refrescaron el cuerpo, si no también refrescaron el alma.
Vale la pena vivir cada día disfrutando de las bondades de Dios y su fidelidad.
…Continuara.



Extraído de mi próximo libro “Por el Pasillo Central” 2018.

Luis Lara